domingo, 15 de junio de 2014

Cortijo La Tijera, 13 de junio de 2014

Nueva cena del Club y nuevo restaurante por conocer. En esta ocasión se trataba del Cortijo La Tijera, situado en la carretera de Don Álvaro en el km. 4. Se encargaban de la organización del evento Enrique Gabaldón y Luis Mateo, éste último caído de los preparativos y de la propia cena por razones de nueva paternidad. Desde aquí todo nuestro ánimo para las noches que quedan por venir y nuestras felicitaciones por el nacimiento de su hijo y futuro miembro de nuestro club. Hacemos constar el buen oficio de Enrique y la ausencia de filtraciones en esta ocasión, que logró engañarnos a todos, tras hacernos pasar por la puerta de tres restaurantes en la calle Anas, convencidos de que recalaríamos en alguno de ellos y nuevamente enfilar dirección Nuena Ciudad por el Puente Romano. Bien porque dio por bueno el engaño, bien por los juramentos que empezamos a oir en arameo por tener que atravesar el Puente Romano andando con el calor que hacía, Enrique nos señaló una furgoneta recién llegada a la rotonda de la Loba, que se disponía a trasladarnos al sitio, donde ya pudimos leer el nombre del restaurante y respirar aliviados por ahorrarnos la consecuente caminata. Bien por Enrique que en esta ocasión nos engañó a todos. Huelga decir que para la convocatoria hicimos uso por costumbre de la sede social del Club, el bar El Pestorejo, en la Plaza de España, donde pudimos refrescarnos con unas cañas bien frescas y ver la primera parte del partido de la Selección. Del resto del partido mejor no hablar pues según nos iban poniendo los platos del menú, así se abrazaban los holandeses en la pequeña pantalla. Mejor suerte la próxima vez.

El caso es que partimos hacia el complejo que según nos explicó el camarero que hizo las veces de chófer, metre y sumiller, funciona de maravilla en esta época para bodas, bautizos y comuniones, aunque tiene un pequeño restaurante con un ventanal muy bonito, desde donde se aprecian unas vistas inmejorables de la comarca de Mérida, que puede disfrutarse cualquier día de la semana.

Vista desde la mesa elegida para el evento.


Con los miembros del club ya a la mesa.


El restaurante es un lugar sin ambiciones, muy correcto en lo que se ve y lo que ofrece, que hace honor al nombre con el que regenta. Un sitio agradable con amplios jardines -quizás por las especialidades de restauración a las que dirigen su oficio- y en mitad de la campiña pero relativamente cerca de Mérida, sin ruidos desagradables ni estridentes, con unas vistas espectaculares como se ha comentado. El servicio fue correcto y amable en las formas. Por lo que sin distracciones de ningún tipo, nos dispusimos a degustar las viandas que nos prepararon a tal efecto.

La cena consistió en un menú degustación que contenía cinco platos: aperitivos, entrante de ensalada, primero de pescado, segundo de carne y postre, agua, cerveza, café y vino a un precio muy contenido para lo que hemos observado en otros sitios a los que hemos acudido, 25 euros por comensal. Comentar que en esta ocasión ni siquiera el propio organizador sabía lo que comeríamos pues fio la elección del menú al propio restaurante, aconsejado por éste. Desde mi punto de vista la comida no fue algo excepcional pues contenía especialidades clásicas: perdiz, salmón y solomillo de cerdo, pero sí destaca la buena calidad de las viandas que se nos ofrecieron, sobre todo en relación calidad-precio. No me gustó nada el postre, una base de hojaldre con fruta en macedonia y sirope de chocolate. Y quizás lo más flojo fue el vino, Montepozuelo, tinto joven de cosecha de las bodegas de reciente creación Cerro la Barca, que aún así particularmente me sorprendió por su presencia en copa, su entrada suave y su retrogusto largo y agradable. Evidentemente no es un gran vino pero se dejó beber y hasta Marco Antonio trasegó un par de copas, a pesar de que a él el vino le gusta con más edad en la botella. Como únicos peros a la cena debo indicar que, a pesar de estar comiendo en un ambiente distendido y agradable por el arreglamiento generalizado al que sometemos al mundo cada vez que nos juntamos, el desarrollo fue excesivamente rápido -apenas tardamos una hora en cenar- quedando prácticamente antes de la medianoche listos para un primer gin tonic. También me quedé con la sensación de estar comiendo como si estuviera en  una boda o evento similar, no tanto por la cantidad de comida sino por el desarrollo de la cena. No sé si el resto compartirá la apreciación. Lo que sí es cierto es que una vez consultada, todos los platos que comimos se encuentran fuera de la carta que tiene el restaurante, por lo que no podemos opinar sobre la cocina in situ del mismo. Habrá que pasarse en otra ocasión.

Y ahora los platos que se sirvieron:

Aperitivos con tartaleta de salmón ahumado, cuchara de pulpo con puré de zanahoria y rulito de paté de pato con almendras.


Ensalada de perdiz. Excesivamente fría a la hora de servirla, por lo que no pudimos apreciarla correctamente.


El vino.


Las milhojas de salmón. Un plato que gustó bastante.


El solomillo de cerdo, con salsa de piquillos y quiche de verduritas. Un clásico.


El postre de hojaldre y fruta en macedonia.


En resumen, un sitio agradable y una cena correcta en la que ningún plato destacó sobre los demás pero que sirvió para pasar un rato distendido y conocer otro sitio de los tantos que abundan en Mérida. Lástima que pudiéramos estar tan poco tiempo en el restaurante, incluida la copa final en la terraza en la que ya sí a esas horas, se estaba magníficamente bien. Se echó de menos a Luis y a los Antonios que por diversos motivos, no pudieron acompañarnos. Os esperámos para la próxima vez.

Los miembros del club disfrutando de su primer gin tonic de la noche. Todo un clásico también.


Salud y hasta la próxima.