jueves, 25 de diciembre de 2014

Gonzalo Valverde, 13 de diciembre de 2014

A nadie se le escapa que la gastronomía es un forma de socialización practicada con gran frecuencia en nuestra sociedad. Cada vez que hay algo que celebrar es costumbre que un grupo se reúna alrededor de una mesa con una buena pitanza (que nada tiene de cotidiano) a la que acompañamos de un buen caldo (poco importa su gradación alcohólica o la procedencia y fermentación del mismo) con el que mojarnos el gaznate. Es, curiosamente, en torno a la comida donde se produce ese encuentro entre gente de muy distinta índole, pero que, sin embargo, tienen durante unas horas (a veces demasiadas) un punto de unión que, de ordinario sería difícil encontrar y establecer. En nuestro caso este encuentro se da de "forma reglamentaria" cada dos meses como ya es sabido, pero en esta ocasión las condiciones del mismo fueron diferentes a las habituales. Así pues, haciendo honor a esta diferencia contaremos el evento alejándonos algo de los parámetros narrativos habituales. La ocasión lo merece, aunque, como es obvio, y ya que se trata de un texto de carácter culinario procuraremos no desprendernos del análisis crítico (nunca objetivo) de los platos que nos acompañaron en la comida del 13 de diciembre en el Restaurante Gonzalo Valverde que, dicho sea de paso, tiene el honor de ser el más frecuentado por este, nuestro club gastronómico, en su aún corta, pero prometedora existencia.


Conviene aclarar, antes de nada, que el leve retraso que se ha producido en la publicación de este texto se debe a que, al tratarse de un evento singular que no seguía los cánones habituales, estaba previsto que la descripción de la comida cayese en manos de alguna de las personalidades invitadas por cortesía del Club Gastronómico Los Mataos, pero, a la vista de la ausencia de voluntarias para tan noble fin, ha sido necesario retomar la costumbre habitual y seré yo quien ejerza de anfitrión literario para comentar la comida (que no cena) que celebramos juntos hace un par de semanas.



Comencemos:

Érase una vez un grupo de amigos que, por vicisitudes de la vida, que más tienen que ver con los años transcurridos que con otra cosa, decidieron fundar un club que les permitiese tener una excusa para juntarse cada cierto tiempo y celebrar, entre otras cuestiones, su amistad, además de rememorar eventos de viejas glorias y actualizarse recíprocamente en lo que a las cuestiones vitales, que a cada uno acontece, se refiere. Como quiera que la vida va introduciendo cambios en las personas, añadiendo compañeros y compañeras (y en ocasiones sustrayéndolos, esta es la ley natural) fue decisión unánime invitar para la última cena (aunque se tratase de una comida tal y como se ha indicado) del año 2014 a las consortes de los socios fundadores (y a algún otro miembro más), y así aconteció. Tras no pocas discusiones (amigables todas ellas) se acordó fecha y lugar, y algo parecido a un menú concertado para cuya elección se presentaron numerosos candidatos, pero que finalmente se decidió por el artículo 33 de los Estatutos del Club, lo cual es de agradecer porque, en caso contrario, seguramente aún estaríamos decidiendo qué tomar.  

Obviaremos la descripción del local, puesto que no es la primera vez que venimos y no debemos caer en repeticiones innecesarias, así que me remito a un entrada antigua del blog por si es del interés de alguien recrearse con este establecimiento: Otra comida en el Restaurante Gonzalo Valverde.


El Viña Mayor, un Ribera del Duero del que cayeron muchas botellas, nos abrió el apetito nada más sentarnos a la inmensa mesa constituida por 19 comensales. En realidad no todos lo tomaron, ya que, entre otras circunstancias, había mujeres en estado de buena esperanza y madres con pequeños en edad de ser amamantados, con lo que, para ellas, los alcoholes estaban vetados. 


Los entrantes llegaron puntuales, como siempre, prácticamente nada más sentarnos:

Jamón ibérico de bellota
Tabla de quesos extremeños y patés de la casa
Ensalada de caprese con lomos de sardina ahumada y mozzarella
Rollitos de morcilla de Guadalupe y piñones con crema de peras y reducción de Pedro Ximénez
Raviolis de foie con crema de hongos




La degustación no se hizo esperar y la avidez con la que se tomaron estos entremeses hace pensar que no eran malos, o que era mucho el hambre. Hay que decir que el jamón, en mi humilde opinión, no estuvo a la altura, aunque no sobró. Los quesos estaban ricos y la ensalada, en realidad, era demasiado normal, le faltaba imaginación a pesar de que los productos no eran malos. Con los rollitos y los raviolis la cosa cambia. Estaban exquisitos. Los raviolis bien podrían haber sido plato principal e incluso se habría agradecido, ya que son tremendamente sabrosos. Los rollitos, como acompañamiento, son una delicia, posiblemente mayor cantidad terminasen saturando ya que se aprecia el aceite en el que se fríen. 

El primer plato llegó caliente, con un olor muy agradable que te hacía la boca agua:

Arroz meloso con boletus (también ¿carrillada de cerdo?)



El título del plato se escapa a lo habitual pues no está en la carta (y pedimos disculpas por ello); imaginamos que es más culpa nuestra que del restaurante porque teníamos comensales que no podía tomar la versión crustácea del mismo. En cualquier caso aquí no me queda más remedio que dar la enhorabuena al chef. El arroz estaba exquisito y no es fácil cogerle un punto tan suculento. La verdad es que junto a los ravioli fue el plato estrella.

Durante la degustación de este plato de arroz se fue pidiendo a los comensales que eligiesen para el plato principal entre carne o pescado: 

Lomo de bacalao asado con patata trufada, puré de coliflor y jugo de avellanas
Entrecotte de buey con patatas confitadas



Mi elección fue la carne y creo que me equivoqué. No es habitual que Gonzalo ofrezca un plato a medias, pero si lo comparamos con el pescado, ya la presentación echaba un poco atrás. Verdaderamente no resultaba apetecible, aunque debo decir que no estaba mala la carne, y, sin embargo, no la terminé. Dicho lo cual, esto no es más que una opinión personal, pero a veces una imagen vale más que mil palabras y creo que las fotografías anteriores hacen honor a lo expresado.

El postre, mi particular especialidad, la verdad es que no estuvo a la altura. Era una suerte de crema de nata, excesivamente grasa y, a la par, demasiado dulzona a la que no pude meterle mano (en el buen sentido, entiéndase). Estaba acompañada de las tan actualmente de moda tierras que en este caso recordaban a chocolate (o algo parecido). En cualquier caso imagino que hubo gente a la que sí le gustó. 


Tengo la impresión de que el restaurante estaba desbordado de trabajo por las fechas en las que nos estábamos moviendo y la cocina se vio afectada. Es comprensible y, a pesar de esto, conviene indicar que el servicio no se vio afectado ni un ápice. Entiendo que son circunstancias excepcionales que, lejos de merecer una leve reprobación, nos dan pie a que haya una cuarta visita con el club, que a título individual ya ha habido varias y ninguna queja de ellas. En este caso nos quedaremos con un aprobado que será fácilmente mejorable en la próxima reválida.

Por cierto el precio de la comida fue de 40€ por persona y para quien tenga curiosidad: Sí, fue necesario una derrama para las invitadas.

En cualquier caso fue una velada sumamente agradable y, aunque hay cosas que no cambian nunca, como el hecho de que las mujeres se sentaran a un lado y los hombres a otro (será que nos provocamos ciertas alergias si pasamos demasiado tiempo juntos) disfrutamos de unas horas juntos muy buenas de las que creo que también participaron las invitadas de honor.


Ahora mismo no recuerdo quiénes son los responsables de organizar el siguiente encuentro (supongo que ya en las condiciones habituales) que se celebrará en Febrero, pero sean quiénes sean que se vayan poniendo las pilas que cada vez estamos más exigentes...

Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 25 de diciembre de 2014 (con un trancazo de escándalo y no tiene nada que ver con el alcohol).