Debo reconocer nada más empezar que, para esta cena, el sitio me
parece encantador, con un diseño exquisito y de envidiable emplazamiento,
pegado –literalmente- al Arco de Trajano de Mérida: piedras, historia,
arquitectura y… ¿gastronomía?
Alberto Cubero y Juan Antonio Aragón, pareja en la que recaía la responsabilidad de seleccionar el lugar de nuestra celebración, eligieron el restaurante "A de arco", que se encuentra en la Calle Trajano 8, de Mérida. Como viene siendo costumbre, que ya comienza a tener vestigios de tradición, el punto de encuentro fue el tradicional bar “El Pestorejo” (antiguo “Sol” para los de generaciones vetustas), supongo que en algún momento alguna de las parejas organizadoras terminará cayendo en la tentación de celebrar allí una cena, no sé si me atreveré a hacer entonces la crónica…
Alberto Cubero y Juan Antonio Aragón, pareja en la que recaía la responsabilidad de seleccionar el lugar de nuestra celebración, eligieron el restaurante "A de arco", que se encuentra en la Calle Trajano 8, de Mérida. Como viene siendo costumbre, que ya comienza a tener vestigios de tradición, el punto de encuentro fue el tradicional bar “El Pestorejo” (antiguo “Sol” para los de generaciones vetustas), supongo que en algún momento alguna de las parejas organizadoras terminará cayendo en la tentación de celebrar allí una cena, no sé si me atreveré a hacer entonces la crónica…
Como siempre, después de algunas cañas
acompañadas de sus correspondientes tapas de pestorejo –¿qué pensabais que
sería?-, los organizadores nos llevaron al restaurante cuyo nombre se mantiene
en secreto hasta instantes antes de comenzar la cena. Algunos se asombraron de
la localización, otros –seguramente debido a las filtraciones- mostraban su mejor
sonrisa cómplice según nos acercábamos.
En realidad la sorpresa o el desconcierto
–según se mire o según quién mire- surgió cuando, al entrar, nos encontramos
con las consortes de algunos de los miembros de la asociación. Saludos, besos y
anécdotas aparte, nuestro reservado para diez, nos acogió con el retiro
esperado que permite elevar el tono de las conversaciones, aunque la realidad
es que no contamos nada del otro mundo, eso sí , procuramos ser silenciosos –ya
me entienden-.
El menú, de presupuesto cerrado a 36€ por
persona, fue:
ENTRANTES
INDIVIDUALES
Embutidos
ibéricos: Jamón ibérico de bellota, Lomo ibérico de bellota, Queso extremeño
PRIMERO
AL CENTRO
Chipirones
de anzuelo encebollados
SEGUNDO
INDIVIDUAL
Jamoncito
de cochinillo Segoviano asado
POSTRE
Tiramisú
casero con cafés y tés.
BEBIDA
Agua,
Cerveza y vino Ramón Bilbao, crianza edición limitada.
Antes de iniciar las observaciones sobre el menú, debo reconocer que el servicio fue realmente bueno, incluso el dueño -no recuerdo el nombre y ya lo siento- bajó en un par de ocasiones a ver cómo llevábamos el refectorio y nos abrió el primer vino. Uno es consciente de
lo bueno que es el servicio cuando no se da cuenta de hay camareros que están sirviendo, recogiendo,
poniendo y quitando, todo ello a pesar de que, tal vez, el salón privado, aunque
con mucho encanto, resultaba algo estrecho para los diez comensales.
El primer envite fue al pan, muy bueno, recién
salido del horno, casi todos tuvimos necesidad de una segunda pieza en cuanto
llegaron los entrantes. El jamón, el lomo y el queso, buenos, de calidad, pero
tal vez algo escaso en cantidad. Teniendo en cuenta que se trataba de un entrante
individual, el plato resultaba pequeño.
Al menos acompañó muy bien el vino. Gran elección, exquisito incluso para aquellos
que somos poco experimentados en estas artes vitícolas. Alguna frase para el
recuerdo de uno de los comensales: “Este
vino incluso me gusta a mí”. Efectivamente fueron muchas las botellas que
circularon por la mesa, recontarlas no sería educado a estas alturas, pero creo
recordar que nos gustó a todos.
El plato de chipirones fue al centro, estaba muy
bueno, aunque en mi opinión pecó de escaso, tal y como había ocurrido con los
entremeses. Considero que fue un error de presentación, tal vez los dos primeros
platos debían haber ido al centro, conjuntos y posiblemente la sensación de
“carestía” hubiese pasado desapercibida. En cualquier caso, insisto en las
bondades de los chipirones, no es un plato especialmente elaborado; digamos que
no forma parte de la alta cocina –aunque tampoco puedo asegurar que hubiésemos
sido capaces de apreciarlo-, pero ciertamente estaban ricos.
A estas alturas de la cena –con alguna botella
de vino ya vencida- comenzaron las discusiones acerca de lo divino y de lo
humano, sobre las bondades del grupo, anécdotas pasadas y posiblemente futuras
y aclarando –como suele ser habitual- quién es la próxima pareja organizadora.
La esperada llegada del segundo plato
–realmente el plato principal- alivió claramente el rostro de los organizadores,
algo preocupados a mi entender por la “reducida” cantidad de comida de los
primeros servicios. En este sentido quiero tranquilizarles, somos de mucho
comer, pero luego nos quejamos del estómago –imagino que también tienen que ver
la suerte de caldos que acompañan la cena y el postre-. En cualquier caso, el plato fuerte, el jamón
de cochinillo al horno fue todo un acierto, espectacular de sabor, jugoso en su
totalidad, prácticamente se deshacía en la boca. Mi enhorabuena a la cocina del
“A de Arco” porque, sin ser un plato pretencioso ni de gran elaboración, el
golpe de horno estaba muy bien resuelto y todos teníamos nuestros platos –os
recuerdo que somos diez- en su justo punto.
Para finalizar la velada recibimos expectantes
el postre. Un tiramisú demasiado dulce en mi opinión que resultaba un tanto
empalagoso, aunque algunos comensales realzaron su sabor. Yo tomé el té con
limón sin azúcar.
Unos licores sirvieron para poner fin a otra
magnífica cena de la Asociación.
Rubén Cabecera Soriano.
Mérida a 12 de abril de 2014.




















